viernes, 22 de mayo de 2009

ENTRE EL TIEMPO Y EL HUMO



Me gusta pararme, encender un cigarrillo y ver pasar el tiempo. Este tiempo que corre en maillot ajustable y camiseta que transpira por ti; donde abrimos ventanas al mundo y cerramos la puerta de casa; donde el olvido actúa de oficio y dos tetas tiran más que dos carreras universitarias. Este tiempo que si no corre, vuela, en clase turista, haciendo escala en nuestro propio ombligo.

El “piti” me está sentando bien. Estoy tranquilo. A mi lado un niño de apenas diez años se fuma un “Rocio” mentolado junto a sus amigos del barrio, esperando bajo una sombra a que la canícula se calme un poco, y poder jugar al fútbol, o al “marro”, o saltar la tapia del patio de “los curas” para robar cerezas, o tirarse desde la cuesta del “Castillo” con los cojinetes… o hacer lo acordado, consistente en saltar desde el tercer piso de la nueva obra que están haciendo en la “Plaza Verde” al montón de arena que hay justo debajo. Ayer llegaron a tirarse desde el segundo… hoy toca uno más. Ya algunos se “rajaron”, pero este chico que fuma concentrado, no. Él saltará hoy… seguro. A su lado, un adolescente, enciende un “Winston” americano, robado a un yanqui borracho de la base de Morón, a la vez que hace autostop en dirección al norte.

Mi cigarro se consume y el tiempo sigue corriendo, como un ladrón perseguido por una marabunta gritando: “Al ladrón, al ladrón…”. Yo no me muevo del sitio. No me apetece correr ahora. Estoy muy bien, con mi cigarrito, disfrutando de la compañía. Al adolescente que huyó buscando su norte, ya le crecieron los pelos y los huesos. Fuma un “Celtas” sin filtro mientras va separando una montaña de alubias rojas, las buenas de las malas, una a una, en Illescas (Toledo),o mientras dibuja arcoiris vespertinos a la hora de regar las huertas de una comuna en Orense, poniendo un dedo en la boca de la manguera y enfocando arriba, hacía el sol. También a mi lado, unos años más allá, fumando “Ducados”, ese joven perdido en el fondo de una botella de cerveza, busca y rebusca, acaso un mensaje, el mapa de un tesoro, una dirección o un número de teléfono. Pero, por más que busca, itinerante de botella en botella, de cristal o de carne, en el fondo, sólo encuentra la fecha de envasado o de caducidad.

Debería dejar de fumar. Lo sé. Mis dedos amarillos parecen hojas muertas de otoño. Tengo dentro alquitrán suficiente como para asfaltar toda mi memoria. Ya no me acuerdo cuando cambié al “rubio”. ¡Ah, sí… fue en Londres!. Ya lo veo, entre el humo de un “Mayfair” y el vapor de la máquina friegaplatos en aquella pizzería de Knightsbridge. Al terminar mi jornada en aquella cocina, por mucho que me frotara, salía con tanta grasa adherida que mis manos brillaban más que los deslumbrantes escaparates de “Harrods”. ¡Pero qué bien sabían aquellos pitillos entonces…!.

Bueno… menos aquel. Un domingo soleado en Hyde Park, intentando pillar al vuelo alguna palabra de las que, con generosidad, derrochaba un “Speaker´s corner” sobre una escalera de tijera, mientras una compañera de la pizzería, natural de Bilbao y domicilio habitual en la inopia, insistía en mi oído derecho sobre las bondades inherentes de la belleza interior. Algo ofuscado, quizás porque aquel cigarrillo me rascaba sobremanera la tráquea, atajé la conversación enunciando: “La belleza interior es un tema propio de feos o en última instancia de un médico forense”. El caso es que a partir de aquel cigarro, desaparecieron los encontronazos casuales en el “basement”, entre las estanterías con latas de champiñones y las bolsas de cebollas. Lo lamenté mucho, porque por aquella época era de lo más nutritivo que me echaba a la boca. No volví a verla más, hasta ahora. También está aquí, con su cigarrillo aromático de liar, observándome aún con rencor.

Ya llego al filtro. Aspiro la acritud de las últimas caladas. No dejan de acudir gente. También ha llegado aquella divorciada poeta que conocí en una tertulia literaria. Una vez me escribió un soneto donde, a su modo, me decía que sólo quería entregarme su corazón. A mi vez, y a mi modo, le contesté que podía coger su corazón y metérselo por el coño. Ella no pilló la metáfora y yo perdí el interés por la poesía. ¡Es qué van a venir todos!... joder, mi cabeza parece una maldita “smoking room”.

Afuera con la colilla, a la calle. Me va a pillar el tiempo. En eso, el tiempo, parece casi humano, si no corres tras él, es él quien te busca. Ese tonto juego del escondite donde sabes que tarde o temprano te encontrará, pero disfrutas mientras tanto de tu escondrijo. En fin, vuelvo a mi trabajo dónde por ley no se debería fumar. Y de paso, vuelvo a la Vida, donde por ley, no se debería tratar de recordar.

miércoles, 6 de mayo de 2009

mayor no... sólo mayo

El último abrazo fue como abrir la puerta de un frigorífico. Estabas “como ausente”, pero eso no me inspiró ningún poema. Me gusta que estés cuando te abrazo. Me gusta rodear con mis brazos y apretar contra mi pecho algo más que una sombra mojada.

¡Qué triste es sentir un cuerpo como una comida fría, como un acuario sin peces, una ducha sin agua caliente, una cerveza sin gas…!. ¡Qué triste son los ojos cuando al mirarlos te sientes como en un vagón vacío del metro, como hallar tus ventanas con las cortinas cerradas, observar un eclipse en cada uno de tus iris, mirar tus ojos y sólo ver dos maletas de viaje preparadas a las puertas de tu cara!.

No voy a facilitar tu huida pero tampoco entorpeceré tu vuelo. Porque el amor es un ave migratoria. Y porque prefiero un nido vacío que un nicho lleno.

En mi auxilio llegó el Correo. Por fin el pedido del Círculo de Lectores. De nuevo las letras acuden en mi ayuda. Abro el primero de los libros, me encuentro con sus surcos rectos, interlineados, plantados con sus semillas impresas y según correteo entre sus líneas vuelvo a sentirme como aquel niño corriendo entre filas de viñedos y cada palabra es un racimo de uvas negras. Cormac McCarthy arando a golpes secos de azada, Bernardo Artxaga metiendo cada semilla con la punta de su dedo, Stieg Larrson con su maquinaria sueca, Menéndez “Flowers” sembrando la biografía de Sabina a voleo… al final, un libro más, otro cultivo de pecados. Pero ellos me ayudan a no sentirme como uno más de “Los renglones torcidos de Dios”. Ellos me recuerdan que no estoy tan mayor… sólo que llegué a mayo.

Y en mayo no debería haber cortes en el suministro de la luz. Yo, que llevo mis recibos al día, ¡reclamo mi sol de bajo consumo! ¡por favor, qué alguien le pase al sol su dosis de metadona, lo necesito rehabilitado de tanta nieve, tanto invierno, tanta puta llamada Soledad, tanta tontería!... y que cumpla con su trabajo, que encienda mayo con sus flores, que caliente la calavera del planeta.

Quizás, algún día de estos, también a mis ojos se les caigan sus pétalos de cristal líquido, pero por ahora no pienso abortar la primavera. Seguiré regando mi buganvilla aunque se le haya quedado pequeña la maceta, aunque tenga que levantar el suelo de mi patio trasero y con pico y pala romper el maldito hormigón armado de tristeza. Seguiré fregando los cacharros, la vajilla, aunque todos los platos estén ya rotos. Y seguiré fumando. También. Porque mala yerba nunca muere, aunque mate.

Ya sabes, si te vas, déjame la puerta abierta, porque puede ser que la noche me haya perdido las llaves, puede ser que nuestras calles se hayan perdido en esta ciudad sin salida y puede ser que hasta la luna se haya fundido… pero es mayo, y en mayo, mi corazón – por cierto bastante vago- no piensa en hacer testamento.


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