domingo, 14 de junio de 2009

De gustaciones




Me gusta levantarme por la noche de la cama con un veinte por ciento de mí despierto y el resto dormido. De ese veinte por cierto desvelado, corresponde a la vejiga el mayor porcentaje de consciencia y es la responsable de mi deambular a ciegas, tentando la costumbre, la intuición y la premura, hasta llegar al cuarto de baño. Al llegar y tropezar con la taza de porcelana – parece que cada noche se adelanta un par de pasos, o al menos tengo esa impresión – me explayo en una catarata sonora de mercurio líquido que consigue desperezar algo mis oídos, pero poco más. A los párpados no hay fuerza mayor que los separe.

Así, a tientas, continuo con la expedición por el angosto pasillo, luego a la derecha bordeando la alacena y ya, a mano derecha de nuevo, llego a la cocina. Me gusta abrir el frigorífico, accionando el automatismo de las bombillitas camufladas en algún lugar entre las verduras y el embutido. Menos mal que hice compras hace poco y todavía las baldas estas ocupadas por artísticas composiciones de naturalezas muertas comestibles. Eso amortigua el impacto luminiscente. Si no, debería haber abierto la máquina con gafas de sol o usando una mano a modo de visera. Hoy no, hoy pude coger la botella de agua sin sobresaltos. A ver dónde hay ahora un vaso, pues sigue sin apetecerme encender la luz.

No debe ser muy tarde pues el piloto rojo del lavavajillas sigue encendido. También parpadean los puntitos del reloj digital del horno. Así, en la oscuridad, parecen pupilas bañadas en sangre de acechantes alimañas. Impresionan un poco. No sería el primer humano atacado por la noche en su cocina por sus propios electrodomésticos. Enciendo un cigarrillo. El fuego, espanta a las bestias.

Al poco de saborear mi pitillo y mi vaso de agua, sentado al lado de la ventana, soy deslumbrado por una intensa claridad como si un camión me estuviera dando las largas desde el patio interior de mi edificio. Un tanto perplejo, abro la ventana para ver qué coño pasa. Oigo decir con tono airado:
- Oye, otra vez que confunda mi corazón con la taza del váter, tira al menos de la cadena
- Pero… ¿quién coño?
- Soy yo, la Luna, imbécil.

Dicho esto, la cegadora luz desapareció, volviendo las tinieblas a la cocina, aunque en mis retinas aún flotaran algunas chispas como consecuencia del impacto visual. Todavía no me había recuperado de la impresión, cuando escuché unos pasos. Era mi compañera, también desvelada al parecer, andando descalza con su cuerpo de verano.
- ¿Con quién hablabas?
- No, con nadie… bueno, con la Luna
- Ajá…¿y qué te decía?
- Nada… estaba algo cabreada… yo qué sé, tendría la regla
- Ah, vale

Cuando ella dice que vale es que vale, no hay más que hablar. Se bebió mi vaso de agua de un solo trago.
- ¿Te vas a quedar mucho más aquí? – preguntó
- No mucho… un cigarrito… ¿Por…? ¿quieres follar?
-¿Qué dices?... ¡ con este calor!

Observo a mi compañera difuminándose entre las sombras. Lleva una camiseta de tirantes blanca y enorme. La mía que no encontraba, por cierto. Así, confundiéndose en el claroscuro, me recuerda una casita andaluza con sus paredes de cal. Me pregunto si el verano de mi novia llevará puesta las bragas. Me gusta el cuerpo de mi compañera, es como una casa solariega, con sus muchos vericuetos, su patio forrado de azulejos cerámicos, su maceta de geranios negros y un pozo central sin fondo. Es un cuerpo, sin duda, para pasar el verano, haciendo turismo animal.

Sentado en mi esquina de la cocina, con la candela de mi cigarrillo como único faro en la noche, observo la cara que se les queda a las palabras cuando el silencio manda a callar. Y pienso en lo rápido que pasó este año la primavera. Llegó, hizo su trabajo y casi se marcha sin despedirse. Cada año tiene su sangre más alterada y las hormonas descontroladas. Debería plantearse, la primavera, seguir algún tipo de terapia. Sin embargo, el invierno cada vez es más largo.

Este invierno lo pasé en mi habitación de cemento bajo el mar. Hasta allí, poca gente se acerca, tan sólo me visitan, de vez en cuando, algún ángel. Me gusta hablar con los ángeles, aunque a veces no sepa qué coño dicen. Uno en especial, es muy gracioso. Se parece un poco a mí, sólo que más alto, más joven y más guapo. Siempre aparece cuando acabo de abrir una cerveza.
- Ufff… vaya humareda tienes aquí, no?!! – siempre empieza la conversación así – Ya podrías abrir una ventana para que se airee esto jejjeee… - y se ríe, el cabrón
- Venga, toma un cigarrito y te callas – yo sé que viene a echarse un pitillo sin ser visto. Él acepta y se sienta a mi lado. Le paso también una cerveza, aunque no están muy frías.

Gracias a estas visitas supe que los ángeles son extraterrestres, con domicilio en los diferentes soles que existen. Según me cuentan, este planeta Tierra fue usado hace muchos años como presidio para los ángeles condenados por algún delito doloso. Dentro de la sentencia figuraba una exigua existencia, el tener que alimentarse de otros seres vivos y, por supuesto, se quedaron sin sus alas, las cuales, fueron cortadas y con el tiempo osificadas y reconvertidas en simple costillar, sirviendo de jaula para esa fruta jugosa del pecho. Ahora, cuentan los ángeles, andan muy preocupados porque nos hemos multiplicado sin control y esto empieza a tomar carácter de metástasis. Yo qué sé… para mí que a los ángeles se les va un poco la olla.

- ¿Por qué siempre vienes aquí? – me preguntaba mi ángel contertulio
- No sé… en busca de las llaves, me imagino. ¿No escuchaste aquella canción de “ en el fondo del mar matarile rile rile…”?
- Sí, alguna vez la oí… decía que las llaves estaban el fondo del mar… pero nunca supe las llaves de qué…

Es verdad, yo tampoco recordaba si en la canción decían para qué coño eran las llaves. Pero, por decir algo, respondo: - “La llave de esta puerta” – y señalo la única puerta de la cerrada habitación. “Esa puerta no tiene llave. Esa puerta sólo se abre desde dentro”- dice él, contundente.

Y así, entre visita de ángeles, tabaco y cerveza pasé el invierno, hasta que llegaron los besos abisales de mi compañera para avisarme que la ya la primavera estaba puesta en la mesa del mundo y decidí salir a hincarle el diente. En fin, no sé por qué pienso ahora en inviernos. Es tiempo de veranos y tengo uno esperándome en la cama. Hacía allí regreso, ya despierto al noventa por cien.

Ocupo mi lado del lecho y observo movimiento al otro extremo. “Sigues despierta”, pregunto. “Ajá…” , responde ella. “Si te apetece echamos un polvo”, propongo. Ella, tras unos segundos vacilantes responde: “Bueno…vale”. Y cuando ella dice que vale es que vale y no hay más que hablar. Y eso, también me gusta

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