martes, 1 de septiembre de 2009



Hoy me enfadé con mi perro.
El caso es que no le gusta ir atado. Él no entiende que se vuelve loco cada vez que ve un gato y cruza las carreteras sin mirar. Y si no es eso, son las multas que vamos coleccionando por llevarlo suelto. Él no entiende de multas y eso, así que muerde con ahínco su correa, se revuelve y parece poseído tirando de ella las pocas veces que me veo forzado a ponérsela. Luego, aun sin quitársela, si la sueltas, él se queda quieto, tranquilo, a tu lado…
Hoy no estaba yo muy relajado porque perdí la tarde en tonterías y en nuestro paseo vespertino, para cruzar una calle, me volvió a montar el numerito de la correa. Entonces, ya a salvo de los coches, sentado en una roca de la playa de la Concha, le increpé de la peor manera, es decir, comparándolo conmigo: “- oye, estoy hasta los huevos de que protestes por la correa- le dije- apenas la llevas puesta veinte minutos… yo me la tengo que poner ocho horas diarias de lunes a viernes y me aguanto”.
Mi perro me miró, agachó sus orejas y posó su cabeza sobre mi pierna izquierda… porque él de multas y coches no sabe, pero de eso… de correas, sí que sabe.

2 comentarios:

  1. jejeje y encima me imagino a Kacho con esa carita y dan ganas de besarlo.... ese es el problema con los rebeldes sin causa jejeje que se hacen querer a pesar de todo...

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  2. Cumpa, nada como tener un perro comprensivo que se apiade de nuestas correas; tal ve la solución pase porque no saque a pasear más seguido.

    Un gran abrazo.

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