miércoles, 7 de octubre de 2009





Como si fueran de fósforo y prendieran al mínimo contacto con el oxígeno, las palabras se quemaban al llegar a su paladar. Por eso, no decía nada. Sólo miraba.

Miró sus uñas. Necesitaban un corte. Parecian diez lunas moriscas. O bien - quiso pensar- sus uñas, de ese modo desapercibido, eran parte de su esqueleto queriendo fugarse del interior de su cuerpo. Pero no… sonrió. Eran sólo células muertas.

De pronto, costaba respirar. El aire parecía pesar más que de costumbre. Por instinto, una de sus manos, se agarró el pecho, solidaria, como queriendo ayudar a los pulmones con su sobrecarga. Escuchó como, en el fondo de su caja toráxica, seguía el tic-tac sonando como una gotera dentro de un profundo tanque de gasolina. La mera idea de tener un corazón con goteras, le hizo recordarla de nuevo e intentó desviar sus pensamientos por otros rumbos, pues seguir esa dirección sería como conducir en sentido contrario por una circunvalación.

Se distrajo mirando a un niño en la calle jugando a hacer pompas de jabón. Aquello siempre le había gustado. No pudo dejar de asociar la imagen con la de los antiguos artesanos de vidrio soplado. Imaginó aquel hábil niño moldeando las burbujas según iban emergiendo, dotándolas con formas de peras algunas, otras como un botijo, ánforas griegas, un pingüino, una canoa, un rostro… aquel rostro, "su rostro"... Otra vez su imagen. Eso provocó que las figuritas, flotando en el espacio de su imaginación, se precipitaran de golpe, estampándose y estallando como frágil cristal, contra el pavimento. De nuevo, se sintió magnetizado hacía el epicentro del circulo vicioso de las emociones. Y trató de huir.

Debía pensar en otras cosas. En cualquier cosa sin cara. En aquella bolsa de plástico ondeando como una bandera blanca sobre la rama de un arbusto en el descampado… por ejemplo.

¿Qué sabía sobre el plástico?. Sabía que provenía del petróleo, que en realidad eran polímeros artificiales de carbono. Ah… el omnipresente carbono, indiscutible protagonista de nuestra existencia. Intentó recordar sus clases de Química. Siempre creyó que si a alguien se le hubiera ocurrido hacer un cuento, una serie de animación, o lo que fuese, donde los personajes fueran Don Calcio, Don Magnesio o Doña Azufre, la señorita Plata, el señor Helio… personificándolos con sus respectivos roles, sus correspondientes funciones… entonces, quizás no hubiera sido tan coñazo estudiar la Tabla Periódica...


... ¿Por qué no?... hubieran podido reproducirse todas las historias. ¿Acaso un grupo humano no era como una unión de diferentes átomos con sus respetivas valencias y “desvalencias”?... ¿acaso el manoseado y repetitivo bien contra el mal no era otra cosa que la moralista representación de las relaciones entre iones, protones y electrones?, ¿acaso una pareja humana no era otra cosa que una posible molécula?... No, no y no… otra vez cayendo en la trampa, otra vez sintiéndose como un átomo aislado de Uranio, despedazándose en trocitos, cargándose con las aspiraciones destructivas de un arma nuclear.

Si antes todos los caminos llevaban a Roma, ahora no era así. Ahora todos los caminos llevaban a "ella"... Ella coleccionaba caminos. Según iban llegando a sus pies, ella los cogía y los guardaba en su maleta de viaje. Él ya sabía que cuando esa maleta estuviera llena partiría. También sabía que no podía acompañarla. Simplemente, porque él ya había encontrado su “lugar en el mundo”. Pero, ahora, no podía impedir que esas letras, esas vocales y consonantes, cobardes, no se atrevieran a sortear el campo minado de su lengua. Esas letras, aglomeradas en su laringe, impidiendo el paso del aire, que antes se reunían formando un nombre propio con sabor a pan recién horneado en su boca y ahora parecían lingotes de plomo fundidos en los Altos Hornos de su garganta.

Vale… no pasaba nada. La cuestión era no hablar, no pensar, no sentir de puertas adentro. Dejarse llevar por el viento. Sabía que la alquimia del tiempo actuaría y, esos recuerdos, ahora pesados como el metal, llegarían a ser ligeros como pompas de jabón. Y entonces, volvería a ser como un niño, jugando a moldear figuritas en el aire…

Buscó con la mirada al niño de antes jugando en la calle. Ahora caminaba calle arriba, cogido de la mano de su abuela, pensó. Seguramente, en su casa, su madre le tendría preparada la merienda.

3 comentarios:

  1. para eso está el mar... se pone en la orilla y arroja una botella con el mensaje correspondiente .. al menos al llegar al horizonte la luna podrá leerlo.

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  2. escribis de una manera muy particular.
    y me encanta!!!
    =)
    "ella coleccionaba caminos"
    uff con cuantas frases me quedaría.
    saludos Jero.

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